jueves, 15 de julio de 2010

Testimonio de María Eugenia Ursi, compañera de estudios y militancia

Claudio – Turco

A Claudio primero lo conocí de nombre. Era el compañero aventajado y estudioso de mi hermana. Siempre estaba presente en las charlas de Susana, mi hermana, y de Bocha, amiga histórica del colegio, con la que empezó a estudiar Historia del Arte, cuando Filosofía y Letras funcionaba en la sede de Independencia.
La primera vez que lo ví fue en el comedor de mi casa. Sería en el ´70 ó ´71. Estaban rodeados de libros y apuntes, estudiando. ¡Al fin conocía al famoso Claudio! Y era rara esa escena de ver a mi hermana estudiando con un varón, habíamos ido toda nuestra vida a colegio de monjas, que entonces no eran mixtos (yo todavía estaba en el secundario). Supongo que para Susana y Bocha también era rara y novedosa esa escena.
Creo que al principio fue Claudio, el “Turco” vino poco después. Compañero de carrera se convirtió en compañero de militancia de Susana, a la que empecé a tener que llamar Mecha cuando estaba en su ambiente de facultad y militante. El Turco la había convencido, con razón, de que la JUP era mucho mejor que Encuadramiento, donde otros amigos la habían invitado a participar.
La JUP los reunía y ocupaba en otra instancia más allá del estudio, y se tornó en lo más apasionante de sus vidas.
El Turco siempre estuvo presente en anécdotas que él contaba de su familia, imágenes que yo iba armando sin conocerlos (una madre en vestido negro y collar de perlas, elegantísima, bajando la escalera de la casa para un cóctel de la embajada Sirio libanesa), o en relatos sobre su exquisitez y buen gusto, o sobre cómo lo había conmovido una exposición de pinturas, o las historias de sus amores empezados y rotos. Todos estos trocitos de Turco formaban parte de las noches de café, de cigarrillos Particulares y largas charlas. Así fue como me enteré que sufrió cuando se terminó su relación con Tiza y la celebración de todos cuando encontró a Nina. ¡El Turco estaba feliz de nuevo, y enamorado!
Fueron años de encuentros festivos en la quinta de los padres de Bocha, a los que me sumaba con fascinación, observando a esos militantes que disfrutaban del asado, la pileta y jugaban al juego de adivinar el personaje. La JUP de todo Filo se reunía a festejar el fin de año y el primero de enero se juntaban en una playa de Olivos. (Uno de mis primeros novios surgió de uno de esos encuentros de confraternización). ¡Y es que en la JUP se confraternizaba bastante! El amor se multiplicaba y expandía al compás de los bombos, las pintadas, la Evita Montonera y de los comunicados de prensa.
A través de ellos, de los estudiantes de Historia del Arte, me conecté con la pintura. El Fra Angelico y la perspectiva incipiente, casi infantil, me introducía en esa búsqueda de la imagen pictórica por lograr imitar la realidad, esa ilusión de profundidad naturalista y me producían mucha ternura. Turner comenzó a interesarme con sus cielos tormentosos, sus mares embravecidos, y esas sugerentes brumas venecianas tan bellas, que insinuaban una ciudad desde el mar abierto. Y fueron ellos los que inscribían mi interés por la pintura y una mirada diferente.
Los días de nubes muy gordas y espesas, esos en los que el sol se filtraba entre ellas, Susana decía: “Como dice el Turco, hoy es un día manierista”.
Ellos, además descubrieron los días peronistas y montoneros. Los días de movilizaciones, de construcción política, de reuniones interminables y de peleas entre agrupaciones. Los días de toma de la facultad fueron de una intensidad muy grande. Estaban peleando y defendiendo la universidad nacional y popular.
Esos días y ese amor por la justicia social y la esperanza revolucionaria, hicieron que me sumara a la militancia en 1974. Así fue como asistí a mi primera cita en el Blasón con la Hortensia como contraseña.
Los frentes de Teatro tenían sus dificultades por su falta de inserción territorial concreta y carencia de espacios de militancia estables. Así fue como pasé por varios grupos Juventud de Teatro Peronista, JUTEP. Del último de estos grupos, el Turco fue mi responsable.
Claudio ya había terminado la carrera. Carrera rápida y brillante porque fue un alumno excelente, según decían las chicas. Así que me producía mucha confianza compartir un espacio con él y un poco de vergüenza también. Yo era muy “pichi”, políticamente hablando, y él era un cuadro de conducción estudiantil.
Con esa JUTEP nos reuníamos en casas de compañeros a las que íbamos tabicados, para discutir documentos y analizar la política nacional y cultural. Pero queríamos salir al afuera, debíamos contactarnos con el pueblo para lograr el cambio revolucionario que soñábamos.
Fue así que empezamos a ensayar una obra sobre el desalojo, basada en un poema de Martí. Ensayábamos en la Escuela Nacional de Arte Dramático, que alguno consiguió no recuerdo cómo. Era un verano muy caluroso ese de 1975.
Corría el año. Perón se había muerto el año anterior y las tres A estaban en su apogeo de secuestros, torturas, asesinatos y persecución. Y nosotros ensayábamos una obra de teatro, ilusionados por tomar contacto con la gente en los barrios. Difícil meta en ese momento, los compañeros de la JP no podían transitar los barrios como lo habían hecho hasta entonces. Fue así que nuestro estreno y escasas funciones las hicimos en clubes de la comunidad judía allegada al partido comunista.
Las últimas reuniones del año fueron para planear pintadas callejeras. Ya se acercaba y se olía el golpe. Mi miedo fue más grande que mi compromiso y no me bancaba jugarme la vida por pintar una pared. Esa imagen de pintadas inconclusas en las calles me llenaban de espanto. Me abrí. Después supe que el Turco y Nina tampoco le encontraban sentido a la militancia en ese contexto y se alejaron de la agrupación.
En 1976 con la dictadura impuesta y en plena y brutal represión, un día me llamó mi hermana, asustadísima, debía irme de mi casa con urgencia. El Turco había caído y conocía la dirección. Lo habían ido a buscar a la casa que compartía con Nina y no se sabía nada de ellos. Habían pasado ya como quince días del secuestro cuando nos enteramos y nadie que el Turco conoció tuvo ningún problema.
El Turco y Nina no habían cantado decían los compañeros, que les perdonaban así el haberse alejado de la lucha. En esos años abandonar la militancia era cosa seria. Les daba mucha bronca a los que continuaban militando. Y los que nos íbamos lo hacíamos con mucha culpa.
Mi hermana y su marido, Marcelo (Mariano) desaparecieron el 7 de mayo de 1977. Un mes y diez días después que yo había dejado el país.
Ojalá la historia hubiese sido otra. Ojalá todos hubiesen dejado esa Argentina tan cruel e incomprensible. Ojalá que el Turco y Nina y Susana y Marcelo y María Luz y Jupito y Nela y Tomás y los treinta mil se hubiesen salvado del horror y la muerte. Seguramente habrían surgido mejores aires con la vuelta de la democracia.
A mi regreso, la foto de esos ojazos negros, de árabe, del Turco me acompañaron en muchas marchas. Supe que además de Claudio se llamaba César. Y fue otra ausencia que me pesaba y extrañaba.
Y ese llamado de Carla, la hija de su primo, y ese plan de estudio de la facultad que lleva el nombre de ellos, de los desaparecidos de Artes, y este homenaje a su memoria y a su obra, me llenan de alegría. La historia se va rearmando. La memoria se va rearmando con los trozos dispersos para recrear significación, para resistir al olvido y para que las nuevas generaciones sepan y puedan reconstruir el relato escamoteado durante tantos años. Y sobre todo puedan y quieran retomar la lucha desde un contexto diferente, pero recuperando la convicción de que los cambios son posibles, rescatando la vitalidad y la alegría de aquellos militantes.
Turco Adur, ¡presente!
Treinta mil compañeros desaparecidos ¡presentes!
¡Ahora y siempre!

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